MI FONAMAD

Cuando partimos de Madrid rumbo a las Islas Lofoten, en Noruega, era Febrero de 2020 y ya se empezaban a conocer casos de una enfermedad infecciosa causada por el virus SARS-CoV-2, Covid 19, de la que todavía no éramos muy conscientes pero que sin embargo, nos traería terribles consecuencias.

Después de un viaje interminable y agotador, (Madrid-Oslo-Bodo) con retrasos y esperas de hasta 5 horas, en la escala de Oslo a Bodo debido al mal tiempo, llegamos por fin a la primera etapa de nuestro viaje todavía en el continente.

En el aeropuerto recogimos nuestro coche equipado con ruedas especiales para circular sobre hielo, llevan neumáticos con pinchos y son obligatorias para circular. Comprobaríamos su eficacia a lo largo de toda nuestra travesía, por las frecuentes tormentas de nieve. Por regla general se conduce bien y sin miedo a deslizamientos aunque hay que tener precaución en las frenadas.

Al día siguiente, teníamos que coger el Ferry que nos llevaría a las Islas pero debido a una mala información y después de dormir unas tres horas escasas, nos presentamos en la solitaria plataforma de acceso a las 5 AM. Lógicamente éramos los primeros, ya que el Ferry salía por la tarde.

Esta simpática e irónica anécdota nos obligó a cambiar de planes y buscar una alternativa para el problema en cuestión.

El grupo lo conformábamos seis personas, y a pesar de las recomendaciones de los expertos de esperar hasta la tarde, dos de ellas querían hacer el viaje hasta la casa en Ballstad (Lofoten), unos 600 km por carreteras estrechas y heladas.  Menos mal que la voz de la razón del resto priorizó, lo que hizo renunciar a una aventura que más tarde asumiríamos hubiese sido una locura.

En esas fechas estaba establecido un gran temporal en la zona por lo que el viaje en el barco, a pesar de la grandeza y estabilidad de la nave no fue nada tranquilo.

El mal tiempo, lluvias y vientos de hasta 100-113 km/h en algunos puntos, nos acompañó el resto del viaje, con contadas excepciones, claro está. Las temperaturas, no extremadamente bajas, por regla general oscilaban entre los 0 y los 2 grados pero con gran cantidad de humedad se hacían bastante desapacibles.

La ilusión por captar auroras boreales, disfrutar de los maravillosos paisajes y poder navegar junto a ballenas y cachalotes en Andenes, nos impulsaba cada día, en cada momento, a resistir las inclemencias climatológicas.

© Ana Isabel Rojas
© Ana Isabel Rojas

¿Alguien ha dicho que fotografiar auroras boreales es fácil?, pues no, lo primero el tiempo tiene que colaborar, lo segundo tienes que encontrar el lugar adecuado para una composición aceptable, lo tercero tienes que sortear los cientos de fotógrafos que te encuentras por el camino.

Nosotros buscábamos las localizaciones durante el día a la par que visitábamos playas, o lugares emblemáticos, después las noches las preparábamos con buen abrigo, esperanzas de que las nubes abrieran y con termos con caldo calentito o infusiones.

© Ana Isabel Rojas
© Cecilio Romero
©Ana Isabel Rojas

Nuestros programas nos informaban de la intensidad y la aparición de las auroras, pero claro, esto por encima de las nubes y la ventisca.

© Ana Isabel Rojas

No tuvimos suerte con el tiempo, este no colaboró, y aunque cierto es que la posibilidad de ver auroras es en este periodo más fructífera, también hay que contar con que el invierno a veces no da tregua. Aún así, las nubes se abrieron y nosotros lógicamente poníamos nuestras cámaras a prueba. Vimos auroras boreales, objetivo conseguido.

Las islas Lofoten tienen parajes de insuperable belleza, de salvaje y maravillosa belleza me atrevería a decir. Son el paraíso de los reflejos en el agua, siempre y cuando, esta no esté helada.

© Cecilio Romero
© Cecilio Romero

Los fiordos penetran en el interior abriendo las montañas que llegan al borde del agua con su gruesa capa de nieve como en Reine o Hammoy  y las playas ponen su punto de romanticismo con la misma nieve hasta la orilla, más impresionante cuando no hay ningún tipo de huella que la mancille.

Muy recomendables son las playas de Vareid, Skagen, Haukland, Unstad, Skagsanden, Utakleiv y Vik, donde por cierto nos encontramos fortuitamente con un grupo de fotógrafos amigos y compatriotas.

© Cecilio Romero

Lofoten es blanco en invierno, inmensamente. Por esto, el interior tampoco defrauda, siempre encuentras rincones aptos para el ojo del fotógrafo. Así, nos gustó especialmente la zona de Flakstad, con su iglesia de miniatura y su cementerio con plaquitas uniformemente dispuestas y cubiertas de nieve.

Si hacía muy mal tiempo durante el día nos gustaba parar en el restaurante Anitas, en  Sakrisoy, un lugar gourmet, muy acogedor, donde se comía muy bien, aunque no barato y podíamos descansar afablemente. Aquí probamos comida típica noruega.

Otro lugar encantador con la mejor sopa de pescado que he comido en mi vida se encontraba en una tienda en la que había de todo y daban comida menú en el piso superior con vistas al fiordo. Su nombre no lo recuerdo pero estaba en El Colmado de  Nusfjord,  un pueblecito encantador con casitas típicas noruegas, de color amarillo y rojo, con tejados puntiagudos para que resbale la nieve.

Algún día no comimos, pero siempre cenábamos en la casa con las viandas compradas en los supermercados. La comida allí y sobre todo las bebidas no son nada baratas y por supuesto el alcohol prohibitivo en relación a los precios de nuestro país.

Los secaderos de bacalao forman parte del paisaje de las islas Lofoten. Miles de ellos penden de maderos entre cruzados donde se procede a su secado al aire libre. Estas instalaciones son verdaderamente llamativas, pero no rompen en exceso la armonía del paisaje.

Las iglesias son coloridas, de madera, la más importante, denominada la catedral de Lofoten  es Vagan Church.

© Cecilio Romero

Noruega a todos los niveles es un país bastante seguro y civilizado, gracias a los astros no tuvimos necesidad de conocer el sistema sanitario, la verdad, es que no tuvimos ningún problema, excepto el tiempo.

Respecto a la fauna, es fácil encontrar nutrias, alces, aves marinas como gaviotas, cormoranes, frailecillos y pigargos.

Después de seis días moviéndonos por la zona que enmarca la carretera E 10 como eje longitudinal entre Svolvaer, la capital de Lofoten  y la población de À, continuamos hacia Ándenes, en Andoya, perteneciente a las islas Vesteralen, a 288 km y casi 6 horas por estrechas carreteras heladas y con varios metros de nieve en los arcenes.

Cuando llegamos a Ándenes nos encontramos con que la casa que habíamos reservado, no era una casa nueva, y sí un poco extraña, no solo decorativamente hablando, pues era una mezcla de estilo barroco y rococó, sino porque también se movía por las noches con el efecto de los vientos y crujía, esto no era peligroso, pero sí, muy, muy curioso. Su dueño, por cierto, encantador.

Viajamos hasta Ándenes por ser el mejor sitio de avistamiento de cetáceos, orcas, rorcuales comunes, ballenas jorobadas y cachalotes, pero el tiempo otra vez nos jugó una mala pasada, de tal forma que se suspendieron las salidas en barco para navegar junto a estos gigantes marinos, por marejada, nuestro gozo en un pozo.

Tampoco pudimos visitar el Centro Espacial Noruego. Un centro de alta tecnología donde poder disfrutar de auroras boreales en un espacio casi real.

Decidimos entonces conocer distintos parajes de las Islas Vesteralen.  Los paisajes resultaron típicos del Ártico, parajes desérticos helados, casi nula vegetación y aguas heladas.

Si pudimos disfrutar de una animada velada en el museo de grandes cetáceos, visita muy didáctica y guiada por un joven español.

Para finalizar nuestra estancia en Noruega, continuamos hacia Narvik, por un infierno de carreteras, con la gran posibilidad de quedarnos atrapados en la nieve.

Llegamos un poco al límite a esta pequeña población, pero pudimos coger el vuelo que nos llevaría hacia Oslo y finalizar así, después de una breve visita a la ciudad,  nuestro viaje.

© Cecilio Romero

Lofoten es un paraíso para el fotógrafo, uno de esos destinos relativamente cercanos para los europeos y que no pueden dejar de visitarse en cualquier estación. 

Texto: Ana Isabel Rojas

Fotografías: Cecilio Romero y Ana I. Rojas

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