A finales de la década de los 90, la población de lince ibérico menguaba en España de manera alarmante. Sin embargo, los censos eran muy imprecisos (y demasiado optimistas), y solo hasta 1999 se llegó a la conclusión de que la especie se encontraba al borde mismo de la extinción.
Esta historia está basada en los hechos reales por los que, gracias a la fotografía, el felino más amenazado del mundo empezó a dejar de serlo…
Hacía dos días que no probaba bocado.
Aquel maldito conejo se le había escapado «in extremis» cuando había tropezado con una roca mientras lo perseguía. Tampoco pudo atrapar a esa perdiz despistada (pero no lo suficiente). El rocío de la mañana mojaba su pelo cuando pasaba cerca de las jaras y lentiscos que bordeaban el camino.
Un camino que recorría cada día por su territorio, del que conocía cada arbusto, cada piedra, cada olor, cada sonido…
Fotografía tomada en condiciones controladas
… tal vez por eso no imaginaba que ese mismo camino la traicionaría.
Por primera vez en su vida, estaba a punto de caer en una trampa.
Nicolás apuraba sus opciones tamborileando el bolígrafo sobre la mesa. Sabía que si no conseguía resultados ya, el programa no tendría aprobación, con las dramáticas consecuencias que ello suponía. Se estaba quedando sin tiempo… y lo que es peor, sin esperanza.
Las paredes de la oficina le daban vueltas hasta marearle y le oprimían… como si estuviera en una trampa. Qué maldita ironía…
Hacía ya casi un mes que había dejado instalada una trampa, real. El mecanismo era sencillo, pero ingenioso: había ocultado la cámara dentro de una carcasa de metal para protegerla de la lluvia y la había cubierto con una tela de camuflaje, con cuidado de no tapar el objetivo. Un cable (cuidadosamente enterrado en el suelo) conectaba el disparador con un mecanismo que se accionaba sobre el terreno por presión directa, de manera que el animal tendría que pisar directamente en una superficie no mayor de 5 cm, o la cámara no se dispararía. Tal vez en un futuro se inventara un sistema más preciso, mediante células de luz o similar, pero por ahora… era todo lo que tenía…
Y estaba decidido a intentarlo.
De ello dependía ni más ni menos que la supervivencia de una especie… que se encontraba en una auténtica encrucijada, al borde mismo del precipicio…
Lo había probado con personas, y funcionaba a la perfección. Claro que las personas sabían dónde debían pisar. Las pruebas le estaban costando un dineral, 150 pts. cada revelado (sin contar los carretes), y eran muchos, ya que en cada sesión tenía que revelar y comprobar las fotos para asegurarse. Pero solo así se dio cuenta de un detalle que le costó tres revelados extras más. Haciendo caso de su intuición, realizó una corrección de última hora en el encuadre. Él no lo supo en ese momento, pero ese ajuste de última hora iba a resultar crucial…
Estaba hambrienta. Y harta de los escurridizos conejos y de las alas de las perdices y de los machos de la zona y hasta de su cachorro del año anterior, un joven atolondrado y temerario. Solo quería comer por fin, aunque fuera un despojo correoso y maloliente. Quizá por eso no prestó mucha atención a ese olor desconocido… quizá por eso, por un segundo descuidó sus pasos, algo nada habitual en ella…
Nicolás mordía la capucha de su bic azul, y no quitaba ojo del sobre que tenía delante de él. En la superficie podía leerse “KODAK”, en letras rojas sobre fondo amarillo. Era delgado, no debía de contener más de cuatro o cinco fotografías. Y al menos tres de ellas serían de él mismo con cara de tonto haciendo las pruebas. Normalmente no esperaba a llegar a la oficina para abrir el sobre después de cada revelado, pero en aquella ocasión no se atrevió. Era demasiado importante, era casi la última oportunidad. Si no conseguía fotografiar un lince en libertad, su equipo no podría acreditar que todavía existían ejemplares suficientes como para invertir en un programa de recuperación más que urgente, más que necesario.
El paisaje que veía a diario seguía refulgiendo de color a la luz del sol, pero a veces, el optimismo puede convertirse en tu peor enemigo…
Hace unos años, sus colegas se equivocaron. Y de qué manera. En un ejercicio de irresponsable optimismo, habían censado en algo más de mil los ejemplares por toda España, y ahora, en 1.999 se había llegado a la conclusión de que en Doñana apenas quedaban unos 40, mientras que en la circunscripción Andújar-Cardeña-Montoro podría haber unos 54. Pero más que el número, lo importante era que la población de Doñana se había declarado como inviable genéticamente, de manera que era aquí, en Andújar, donde recalaba la última esperanza de encontrar ejemplares con los que iniciar un programa de cría mínimamente viable, dentro de la criticidad.
Él era el responsable de conseguirlo.
Y el plazo estaba a punto de expirar.
Fotografía tomada en condiciones controladas
Justo en ese momento percibió un crujido inesperado, cuando sus almohadilladas hicieron contacto con una superficie demasiado lisa como para ser arena. En un acto reflejo, las barbas de sus mejillas se contrajeron hasta que sus puntas casi se tocaron, los pinceles de sus orejas se irguieron, su cuerpo se arqueó en estado de alerta, su cola corta apuntó al cielo muy quieta y, con la vista al frente, percibió un destello como los que el sol arranca a la superficie de los charcos después de una tormenta. Paralizada por unos segundos que le parecieron eternos, sintió que no había peligro alguno y continuó su camino, no sin antes mirar atrás y registrar mentalmente el lugar.
Pero, si todo estaba bien… ¿por qué demonios seguía con el pelo erizado?
Continuará…
TEXTO E IMÁGENES POR RAMIRO DÍAZ
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